Unos relojes que no me esperaba

Hace poco vinieron nuestros amigos de RedBar Barcelona a pasar el fin de semana por aquí y aprovechamos para realizar una serie de visitas relojeras en diferentes lugares, de los que seguramente escribiré algún artículo más. Pero hoy nos ocupan una serie de relojes que a pesar de no ser los típicos sobre los que yo escribo, creo que merece la pena dedicarles unas líneas por la peculiaridad de estos relojes.

El primero o primeros, son una serie de relojes japoneses de pilar del siglo XVIII y XIX. Seguramente ya sabréis de mi fascinación por los relojes de este país, pero nunca había prestado atención a estas máquinas.

Son relojes en los que se distinguen dos partes, una superior donde se ubica la maquinaria sobre cuatro columnillas. Y una inferior con un mayor volumen que aloja la pesa y la sonería.

Esta segunda parte además muestra unas placas que indican las horas y a su vez pueden ser movidas para ajustar la salida y puesta de sol. Este sistema es propio de la relojería japonesa, que a pesar de su aislamiento hace años, fueron capaces de replicar parte de la tecnología relojera que les llegó y adaptar a las necesidades que ellos tenían hasta que en 1873, adoptó el sistema occidental de 24 horas.

La pesa a ir descendiendo por esta segunda parte, choca contra las placas horarias dando lugar a la sonería, de ahí que tenga sentido el ir ajustando la salida y puesta de sol, un sistema primitivo de cambiar el horario según la época del año como hacemos hoy en día

La segunda pieza es un autómata manufacturado en Nuremberg en el siglo XVI que se conserva con todas las piezas originales.

Este reloj está realizado con bronce dorado cincelado dando forma a un mono con un jubón policromado. Este se sitúa sobre una peana que aloja la maquinaria del reloj para horas y los cuartos realizado en hierro.

Lo sorprendente de esta pieza es la complicación técnica que tiene y que se ha conservado hasta hoy tal y como fue realizado en su origen. El autómata al sonar las horas levanta el espejo que tiene en su mano y abre la boca, mientras que otra figura en la parte posterior agita una vara.

Además la figura del mono tiene realizados los ojos en marfil que se mueven de derecha a izquierda con el escape, que aunque lo hace de forma irregular… ¡tiene más de 400 años!

Vídeo del funcionamiento de los ojos.

Para terminar, un reloj que nada más entrar a la sala llamó mi atención. Mientras todo el grupo se desplazó al fondo para observar una de las piezas, no pude evitar pararme e interrumpir mi visita… el primer reloj planetario que había visto.

La totalidad de esta pieza en funcionamiento, consta de tres mecanismos sincronizados: El primero para la hora, un segundo para la rotación de la tierra y la luna y un tercero oculto en la base con la sonería.

La maquinaria empleada fue una genérica de la época, pero toda la decoración y los cálculos para el sistema astronómico corrieron a cargo del francés Raingo, un importante broncista francés del siglo XIX que abordó esta obra y la firmó en su dial.

A pesar de que la descripción del museo indica que esta pieza es un calendario perpetuo, después de ver otras piezas del autor, creo que realmente no calcula los años bisiestos, ya que ninguna de las que he visto cuenta con esta característica.

Estas tres piezas forman parte de la colección del museo Grassy, que a pesar de contar con bastantes más, estas como he dicho anteriormente, están totalmente fuera de lo común y aunque no sea tan aficionado a la relojería gruesa, no me importaría tener alguna en casa para observarla.

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