En búsqueda del GMT perfecto

Esperaba ansioso que llegara el domingo para ver el duelo Montoya-Schumacher y cronometrar sus tiempos con mi nuevo cronógrafo automático. Entonces, un muy sincero amigo (e hijo de relojero) me dio su lapidaria opinión sobre el flamante Valjoux 7750 que llevaba en mi muñeca: «el cronógrafo es la complicación favorita de quienes no saben de relojes».

Malinterpretando sus palabras, me aferré a mi orgullo e intenté defender mi postura aludiendo al Monaco que se asomaba bajo el puño de su camisa. Sin embargo, en temas de relojes, él sabía mucho más que yo. Poco a poco, domingo tras domingo y carrera tras carrera, tuve que afrontar la realidad de haber invertido mis ahorros de universitario en la limitada (o nula) practicidad de medir intervalos de tiempo con un reloj mecánico.

Aunque para entonces recitaba de memoria los catálogos de Omega o Tissot y las pocas palabras en francés que conocía eran de la jerga relojera, aún no tenía experiencia usando un reloj «de verdad». El trago amargo causado por la inutilidad del cronógrafo se convirtió en una curiosidad desenfrenada que me llevó a descubrir dos cosas: que sí existía relojería más allá de los «cronos» y que mi amigo del cuadrilátero TAG Heuer tenía razón.

Mientras mi vida profesional empezaba trabajando por corregir un error de cómputo del tiempo mundialmente conocido como «Y2K», mi atención estaba cautivada por un tal Breguet. Aparecieron en mi compendio de ilusiones los calendarios, las sonerías y los tourbillon, además de otras locuras mecánicas, todas tan bellas como inútiles, salvo por una sola: el reloj GMT.

Desde entonces, el doble huso horario se convirtió en una meta obsesiva de mi incipiente colección y dio inicio a un viaje que terminó hace un par de años en lo que yo considero el GMT perfecto.

Créditos: Longines

Mi GMT ideal

Un reloj GMT es la herramienta de viaje de un hombre de negocios, de un piloto de aerolínea y hasta de un turista desprevenido. Sin importar cuál sea nuestro rol, al viajar es importante hacerlo con la mayor tranquilidad y seguridad posible. Mi GMT perfecto debe cumplir algunas características esenciales: ser discreto para no llamar la atención, versátil para funcionar en todo tipo de ocasiones y tener un precio razonable, ya que cualquier viajero siempre corre mayor riesgo de ser víctima de «situaciones» imprevistas y lamentables.

Pero seamos honestos, nada de lo anterior importa si, al ver el reloj, no sentimos mariposas en el estómago. Y mi bandada de mariposas (o al menos una de ellas) se llama Longines Spirit Zulu Time.

Mi gusto por los relojes GMT se remonta a la primera vez que vi un Explorer II en la vitrina de una reconocida relojería de Bogotá. Aunque su estética me parecía atractiva, para mis ojos de veinteañero era una pieza demasiado madura para mi edad. Además, su precio, incompatible con mis posibilidades de entonces, lo situaba en un escalón del que tampoco quería antojarme.

La curiosidad me llevó a conocer otras alternativas al GMT de Rolex, algunas no tan costosas, pero igualmente fuera de mis posibilidades. Lo que sí estaba a mi alcance eran algunos viejos libros en PDF, descargados de un antecesor de la red profunda, con relatos épicos sobre aviadores y sus relojes.

Para entonces, de la boca de mi abuelo habían salido historias sobre Charles Lindberg (más por su hijo perdido que por sus hazañas, pero lo uno lleva a lo otro) y, paulatinamente, toda esa información se organizó en mi cabeza, dándome dimensión de la proeza llevada a cabo a bordo del Spirit of St. Louis y, a la vez, creando en mi imaginación una nueva trinidad relojera: «Aviación – Relojes – Longines», que rivalizaba fuertemente con la clásica y más común «Exploración espacial – Relojes – Speedmaster», que me maravillaba hasta ese momento.

Mientras que Omega se proyectaba como el rival de Rolex para los años futuros, Longines, la otrora estrella de los aires, parecía querer chocar contra el suelo y, con excepción de la línea Master Collection, navegaba sin brújula desde que el Speedmaster se convirtió en el reloj oficial de los viajes a la luna. Tiendo a pensar que si nunca hubiera existido el Moonwatch, sería un Longines el que ocuparía ese escalafón de lujo dentro del Grupo Swatch. No solo por ser uno de los íconos que simbolizaban la conquista de los cielos, sino porque sobre su invención del doble uso horario se cimentaría parte de la leyenda de la marca de la corona con el GMT-Master.

De repente y de la nada, la apagada marca de pioneros aviadores se reencontró con sus raíces al lanzar un «tres agujas» inspirado en la mítica aeronave que cruzó el Atlántico en 1927 y que evolucionaría al que yo considero uno de los diseños más bellos de los últimos tiempos: el Spirit Zulu Time, una imponente pieza que retoma el linaje de su antecesor y primer GMT del que tengo referencia.

Con tamaños de 39 y 42 milímetros, adornado con bisel cerámico, en variedad de colores para diversos gustos, un movimiento True GMT con espiral de silicio en su interior, 72 horas de reserva de marcha, tan in-house como cualquier «Tudor by Kenissi», el Zulu Time aprobó todos los puntos de mi insípido checklist para un GMT ideal y superó con creces el nivel de revoloteo abdominal que yo necesito para pagar 3 000 € sin el más mínimo remordimiento.

Mi Zulu Time pudo haber sido negro, pero hubiera competido con una futura adquisición. Escogí el azul, que combina mejor con el estado de ánimo de mi yo viajero. A veces lo uso con brazalete, otras con correa de cuero. Y, sin importar si es para ir a otra ciudad o para estar en casa, cada vez que lo llevo puesto hago un viaje que no mido en millas ni en kilómetros, sino en sonrisas causadas por los recuerdos de tantos años buscando lo que podría ser mi reloj perfecto.

Para terminar y no dejar temas inconclusos, debo agregar que pasado un tiempo, me reconcilié con ese viejo 7750,

pese a que hace algunos años tuvo que salir de mi caja para dar cabida a su pariente cercano: un 1152 de Omega. También diré que mi ácido amigo de entonces sigue siendo ácido y sigue siendo mi amigo, además de un gran coleccionista, dueño de varios cronógrafos excepcionales y de un par de bandadas de mariposas que espero quiera venderme en algún momento.

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