La Relojería: De Arte Centenario a Industria de Saqueo

Hubo un tiempo en que la relojería era un arte: una sublime manifestación de la ingeniería mecánica, la paciencia y la creatividad humana. Cada reloj era un testimonio de la obsesión de su creador, ensamblado meticulosamente a mano, con componentes que encajaban como un ballet de precisión. Eran objetos diseñados para durar toda la vida, a veces incluso más de una, pues los relojes se heredaban. No se compraban por moda, sino por amor.

 Pero hoy, la relojería ha mutado. Lo que una vez fue un oficio noble ha sido secuestrado por un capitalismo despiadado, convirtiéndose en una industria controlada por conglomerados que han perfeccionado el arte de vaciar nuestros bolsillos. Lo que vemos ahora ya no es una celebración de la mecánica, sino una guerra psicológica en la que las marcas manipulan el deseo, el estatus y la escasez artificial para vendernos lo mismo, pero con márgenes de ganancia que harían ruborizar a un narcotraficante.

El Nacimiento de un Monstruo: Del Taller a los Conglomerados

A finales del siglo XIX y principios del XX, la relojería suiza estaba dominada por pequeños talleres independientes. Marcas como Patek Philippe, Vacheron Constantin y Audemars Piguet (y muchos más) eran, ante todo, ateliers de maestros relojeros. Sus dueños eran artesanos, no ejecutivos de marketing. Vendían sus relojes a quienes apreciaban la mecánica, no a influencers en Instagram.

 Sin embargo, en el siglo XX, todo cambió. La Crisis del Cuarzo de los años 70, cuando los relojes electrónicos japoneses de Seiko amenazaron con aniquilar la relojería tradicional, llevó a una reestructuración total de la industria suiza. Nicolas G. Hayek, el hombre que fundó el Grupo Swatch, vio la oportunidad de consolidar y controlar marcas históricas bajo un solo paraguas. Así nació el modelo de los conglomerados: grupos como Swatch, Richemont y LVMH comenzaron a devorar marcas independientes, transformando la relojería en un negocio altamente centralizado. Todos sabemos lo que pasó con Daniel Roth y Gerald Genta cuando Bvlgari puso sus manos sobre ellos.

Hoy, casi todas las grandes marcas pertenecen a uno de estos titanes:

• Swatch Group: Omega, Breguet, Blancpain, Longines, Tissot, Hamilton, entre otras.

• Richemont: Cartier, IWC, Jaeger-LeCoultre, Panerai, Vacheron Constantin.

• LVMH: TAG Heuer, Hublot, Zenith, Bulgari.

• Rolex (con Tudor): Independiente, pero con una estructura monopolística que controla su propio mercado.

El resultado: el arte murió, y nació el negocio.

El Crimen Organizado de los Precios

Hablemos de números. En 1957, un Omega Speedmaster costaba aproximadamente 100 dólares, lo que equivale a unos 1.000 dólares actuales ajustados por inflación. En 2024, el mismo modelo—ahora conocido como “Moonwatch”—cuesta más de 7.000 dólares. ¿Ha cambiado drásticamente el mecanismo? No. ¿Es más caro producirlo? Un poquito quizás. Lo que ha cambiado es la estrategia: marketing agresivo y manipulación artificial del valor percibido.

 Lo mismo ocurre con Rolex. En 1985, un Submariner Date costaba alrededor de 900 dólares. Hoy, el mismo modelo cuesta más de 10.000 dólares, y si quieres comprarlo en un concesionario, buena suerte. La marca ha creado un sistema de espera ficticio, donde solo los clientes “VIP” pueden acceder a la compra de relojes nuevos. Si eres un mortal común, te tocará pagar precios ridículos en el mercado secundario. Es el equivalente a un cartel de drogas, pero en lugar de cocaína, venden Daytonas. Y los “flippers” van de tienda a tienda. 

La Gran Mentira de la Exclusividad

Las marcas te dicen que sus relojes son “exclusivos”, “hechos a mano” y “difíciles de conseguir”.

 En 2023, Rolex produjo más de 1,2 millones de relojes. Omega fabricó casi 600.000 unidades. Hublot, que intenta vendernos la idea de que sus relojes son piezas de alta relojería, fabrica más de 50.000 relojes al año, muchos de ellos con movimientos básicos que no valen ni la mitad de lo que cuestan. Y ni hablemos de algunos movimientos dentro de Panerai (perdón, quise decir Baume & Mercier).

 El problema es que la industria ha logrado vendernos la ilusión de que estos productos son escasos. Nos hacen creer que si no compramos ahora, perderemos nuestra oportunidad para siempre. Pero la verdad es que lo único realmente escaso aquí es el sentido común del consumidor.

Cómo los Relojes Se Convirtieron en Productos de Moda

Antes, un reloj se compraba para durar toda la vida. Hoy, las marcas quieren que compres uno nuevo cada pocos años. Por eso vemos colaboraciones absurdas, como Audemars Piguet x Marvel, vendiendo un reloj de más de 200.000 dólares con la cara de Spider-Man en la esfera. O TAG Heuer lanzando ediciones limitadas con Mario Kart, tratando de hacer que un cronógrafo de 7.000 dólares parezca un juguete de lujo.

Y si no puedes permitirte uno, no te preocupes: hay marcas como Hublot y Richard Mille que se especializan en vender relojes de colores chillones a futbolistas y raperos, porque a estas alturas la relojería ya no trata sobre precisión o innovación, sino sobre quién grita más fuerte en redes sociales.

El Reloj Ya No es una Herramienta, Es un Símbolo de Estatus

Lo más irónico de todo es que la función original del reloj—dar la hora—ya no importa. La mayoría de nosotros tiene un teléfono que lo hace con absoluta precisión. Así que la relojería de lujo ha tenido que reinventarse, no como una industria de precisión, sino como una industria del estatus social.

 Un Rolex Daytona ya no es un cronógrafo para pilotos de carreras; es un símbolo para decir: “Mírenme, soy exitoso.”

Un Patek Philippe Nautilus ya no es un reloj deportivo de acero; es una declaración de riqueza.

Y un Hublot Big Bang… bueno, sigue siendo un mal chiste.

¿Qué Queda del Arte?

Por suerte, no todo está perdido. Pequeñas marcas independientes como F.P. Journe, Akrivia, Voutilainen y Laurent Ferrier todavía practican la verdadera alta relojería. Son los últimos bastiones de un oficio que ha sido prostituido por el marketing y los conglomerados. Pero sus relojes son difíciles de conseguir y caros, porque el mercado ya ha sido dominado por las grandes corporaciones.

No Compramos Relojes, Compramos Historias

Al final del día, la relojería de lujo ya no se trata de la hora, ni de la mecánica. Se trata de historias. De emociones. De pertenecer a un club imaginario donde el acceso cuesta miles de dólares. Y mientras sigamos creyendo en la ilusión, la industria seguirá subiendo los precios, limitando la producción y vendiéndonos la falsa promesa de exclusividad.

Porque, después de todo, en este mundo no vendemos relojes, vendemos sueños.

El Alma de la Relojería

Escribí este artículo no por desprecio a la industria, sino por amor a la relojería. Porque detrás de todo mi cinismo, de toda mi crítica a los conglomerados y sus estrategias de marketing, hay un deseo genuino de recordar lo que la relojería solía ser: un arte, una poesía mecánica, un testimonio de la obsesión humana por la precisión y la belleza.

Entiendo la estructura capitalista. Entiendo que los tiempos han cambiado. Entiendo que la industrialización era necesaria para mantener la producción y que sin ella muchas marcas habrían desaparecido. No soy el Greta Thunberg de la relojería, ni un romántico desconectado de la realidad. Soy un coleccionista. Un amante de los relojes.

Pero aún así, sueño con aquellos días en los que un reloj tenía alma. Donde cada tic y cada tac era el resultado de la destreza de un relojero, no de la frialdad de una máquina. Cuando un reloj no era solo un producto, sino una obra de arte que hablaba del tiempo, no solo lo medía.

Porque la verdadera relojería no está en la escasez artificial ni en las listas de espera, sino en el amor con el que fue creada. En el pulso humano detrás de cada movimiento, en la paciencia de quien ajustó cada engranaje, en la pasión de quienes no veían su oficio como un negocio, sino como un legado.

Y tal vez esos días nunca vuelvan. Tal vez la relojería como arte sea un capítulo cerrado de la historia. Pero mientras siga habiendo relojeros independientes que trabajen con sus manos, mientras siga existiendo alguien que aprecie el alma detrás de un calibre bien hecho, mientras haya quienes valoren el arte sobre el estatus, la relojería seguirá viva.

 Y yo seguiré soñando.

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