¿Es el tiempo relativo?

Corría el año 1.905 cuando un joven Albert Einstein, de apenas 26 años, publicó su primer artículo sobre la Teoría de la Relatividad Especial, mientras trabajaba en la Oficina de Patentes de Suiza, precisamente la cuna de la relojería.

Conocido es por todos los aficionados a la relojería que por la muñeca de Einstein pasaron, entre otras, piezas de Longines y Patek Philippe, subastadas a la postre por sumas de dinero mareantes para el común de los mortales.

Vamos a lo que nos ocupa: la incoherencia de los postulados de la Teoría de la Relatividad con la persecución de las marcas relojeras por conseguir relojes cada vez más precisos y sus correspondientes y variadas certificaciones.

Desde el siglo XVII y gracias a Galileo, la humanidad asumió como verdadero el axioma que trata el tiempo, la velocidad y el espacio como entidades absolutas, hasta que a principios del S. XX, una de las mentes más preclaras de la historia y protagonista de este artículo, demostró que la velocidad seguía siendo absoluta en términos de velocidad máxima (es imposible superar la velocidad de la luz), pero también demostró que el espacio y el tiempo son relativos.

A nosotros, los aficionados a los relojes, lo que nos concierne es el valor tiempo, y, ¿qué significa que éste sea relativo?: Sería literalmente incapaz de explicar de una forma mínimamente clara la Teoría de la Relatividad en el espacio que ocupan las líneas de este escrito, pero sí podemos concluir, en base a sus postulados, que el tiempo pasa de forma diferente dependiendo de la posición y velocidad del sujeto respecto a una referencia. A esto se le llamó “dilatación temporal”, y por esto el tiempo es relativo a nivel universal, todo depende respecto a qué lo midamos. Léase “Paradoja de los gemelos” para mayor información.

La ciencia ficción se ha ocupado también de este fenómeno Einsteniano desde hace décadas. Os recomiendo novelas como “Contact” de Carl Sagan, o, una estupenda película que lo explica de una forma muy sencilla llamada “Interstellar”, que además dio nombre al Hamilton Khaki Field Murph.

En la práctica, la experimentación ha evidenciado también la veracidad sobre la relatividad del tiempo con ejemplos como el factor de corrección que se ha de aplicar al aparataje de los satélites que orbitan la Tierra para mantener la hora correcta de su instrumental respecto al suelo terrestre.

Saltemos ahora a la parte más terrenal, los relojes. La mayoría de los aficionados valoramos, a la hora de adquirir una nueva pieza, aspectos como la estética, la historia o prestigio de la casa relojera, y, sobre todo, la precisión de la máquina que le hace moverse. Esto las marcas lo saben, y me hace pensar que sea uno de los motivos por los que nacieron las empresas certificadoras y los controles de calidad internos. Por una parte, tenemos la ambición de los ingenieros por conseguir máquinas más precisas que los competidores, y por la otra lo tenemos como reclamo de marketing.

Soy de los que pone en hora los relojes con precisión secundaria, y reconozco que me gusta controlar su desviación sin llegar a la obsesión, pero también soy consciente de que, con un reloj actual, a Luke Skywalker se le haría tremendamente complicado quedar para tomar un café con su amigo Han Solo en una galaxia intermedia, un día específico y a una hora concreta. Poco les ayudaría que sus relojes estuvieran certificados por COSC, METAS, o que fueran “ultramegasuperlativos”.

Tarde o temprano las teorías de Einstein serán sustituidas por las de otro nuevo “Einstein”, es la naturaleza del estudio científico y lleva ocurriendo desde que el ser humano es capaz de razonar, así pues, mientras que alcanzar velocidades cercanas a C siga siendo ciencia ficción para nuestra especie, continuemos disfrutando de la frustrante ilusión que supone tener un reloj lo más preciso posible dentro del restringido entorno de nuestro planeta, se llame como se llame la certificación que lo defina.

Dejemos que los físicos sigan mirando al cielo mientras nosotros miramos nuestras muñecas.

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